Hermanos en Jesucristo:
La modernidad estuvo marcada por la esperanza de un mundo mejor. Pero es cada vez mayor la frustración ante expectativas no satisfechas. El mito ilustrado del progreso indefinido hacia una humanidad plena de felicidad ha fracasado en su pretensión de suplantar a Dios como el sentido último de toda la realidad, de la historia, de la sociedad y del mismo hombre.
Los criterios actuales de “felicidad” dejan completamente de lado el fundamento de la plena realización del hombre, es decir, Dios. Y no se toma en cuenta que el único que es capaz de hacernos realmente felices en plenitud es Jesucristo, quien nos ha liberado de la esclavitud del pecado, la muerte y la eterna condenación.
Con ocasión del Día Internacional de la Felicidad, la ONU informó en 2019 que Chile era el país más feliz de América del Sur. Si ser feliz se mide por el ingreso económico, una vida larga y saludable y el apoyo estatal, entonces Chile tendría que ser muy feliz. Desde el ateísmo que considera al hombre como materia sin trascendencia se piensa así. Pero esto es falso, como lo demuestra la realidad.
Un país como Inglaterra, muy feliz según el índice de la ONU, tiene que crear un Ministerio de la Soledad, porque la persona se ha encerrado en el individualismo y tiene todo asegurado de parte del Estado, sustituto de Dios. El resultado es la tristeza, la depresión y, en muchos casos, el suicidio. En los países más ricos la gente se puede morir y pueden pasar meses sin que nadie se percate.
Lo que estamos viviendo hoy en Chile se veía venir. Y la causa última y principal no es la desigualdad social, que es efecto de algo más profundo. Lo que nos está pasando se debe a la construcción de una sociedad sin Dios. Sólo Él, el Dios vivo y verdadero, trascendente y soberano de todo puede ser el fundamento de la paz social. La convivencia fundada en la justicia, que asegure el derecho de la diversidad de personas, solo se puede asegurar en el reconocimiento, el respeto y promoción de la ley de Dios.
La ausencia de Dios ha llevado a la destrucción de la familia. En Chile el primer ataque a esta institución básica de la sociedad comenzó cuando se introdujo la anticoncepción, continuó cuando se eliminó la distinción entre los hijos nacidos dentro del matrimonio y fuera de él, luego vino el divorcio, el acuerdo de unión civil y la ideología de género. Vendrá el mal llamado matrimonio igualitario con la posibilidad de adoptar niños.
Estamos cosechando lo que hemos sembrado por decenas de años: “Pues quien viento siembra, cosechará tempestad” (Os 8,7). Sólo si nos convertimos a Cristo es posible un Chile mejor.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica