lunes, 13 de noviembre de 2023

A MANERA DE HOMENAJE AL ÚLTIMO MILITAR ARGENTINO PATRIOTA

 



Hoy mi papá cumpliría 90 años. Lo imagino impactado con el numero!! Tenía la costumbre de pasar los días previos al cumpleaños diciendo cuantos años iba a cumplir con la sorpresa de quien está lleno de proyectos y en su cabeza no concuerda el numero con la energía para realizarlos. Cuando finalmente lo incorporaba, agregaba la frase "pero estoy en pie de guerra" claro, así ya estaba listo para seguir dando batalla. Sea cual fuera la misión que tuviera, él estaba dispuesto a cumplirla. Su secreto era oración y ejercicio, siempre.
Dios Nuestro Señor, lo llevó, antes de lo yo imaginaba, hoy entiendo, en Su Infinita Misericordia, el disgusto que le evitó. Por más que papá siempre supo que iba a llegar este momento, luchó para abrir los ojos de muchos. Ver que la Fé es agredida desde adentro y desde afuera de la Iglesia, que en su amada Patria se aprobó el aborto, ofendiendo tremendamente a Dios y reduciendo la población para que sea vulnerable a los intereses del nuevo orden mundial. Recuerdo las veces que me hablo del informe Kissinger y la gravedad de todo lo que hoy llamamos agenda 2030 y nos quieren obligar a obedecer sin chistar.
Ver que nuestra Patria está de rodillas ante el nuevo orden mundial, ante el narco, el comunismo o quien esté dispuesto a darles unas monedas a nuestros políticos inescrupulosos y miserables que rifan nuestros recursos, nuestro futuro, llevan el hambre al pueblo y nos hacen ignorantes y cada vez más pobres.
Papá dio testimonio siempre, sin intereses personales, con el Rosario en la mano nada lo detuvo. Estuvo preso 13 años y nosotros lo apoyamos siempre. Si siguiera en esta tierra seguiría dando batalla y nosotros lo seguiríamos acompañando. Que su ejemplo nos mueva a entender que Dios y la Patria, no se abandonan nunca.
Feliz Cumpleaños papá, te quiero mucho!! ...
 María Seineldin

martes, 7 de noviembre de 2023

¿EXISTE EL PURGATORIO? Todo lo que debe saber un Católico


En este mes de noviembre, la Iglesia nos invita a rezar por los difuntos. Después de haber celebrado a todos los santos del Cielo, miramos con compasión a las almas del Purgatorio. Pero, ¿qué es el Purgatorio? ¿Existe, dónde está, qué sucede en este lugar?


¿Es el Purgatorio una teoría de los teólogos de la Edad Media?
Esta es la clásica acusación de los cismáticos ortodoxos y de los racionalistas… Sin embargo, la existencia del Purgatorio es un dogma de fe, que siempre se ha creído en la Iglesia, y del cual encontramos señales en las Escrituras. En efecto, allí se mencionan las oraciones por los difuntos. Sin embargo, si los difuntos están en el Cielo, no hay necesidad de rezar por ellos, y si están en el infierno tampoco, ¡ya que la permanencia en estos lugares es definitiva! La práctica de estas oraciones y de estos sacrificios es, pues, señal suficiente para establecer la creencia en un lugar intermedio entre la Tierra y el Cielo, del cual uno puede ser liberado por medio de las oraciones. Este punto fue definido por los concilios de Lyon, Florencia y Trento.

¿Se menciona el Purgatorio en la Sagrada Escritura?
El segundo libro de los Macabeos cuenta que, al día siguiente de una batalla librada contra los sirios, Judas Macabeo descubrió bajo la túnica de sus soldados muertos durante la batalla los ídolos del saqueo de Jamnia. Esto era una violación de la ley de Moisés, y Judas juzgó que la muerte de estos hombres era un castigo de Dios:
"Todos se admiraron de la intervención del Señor, justo juez que saca a luz las acciones más secretas, y rezaron al Señor para que perdonara totalmente ese pecado a sus compañeros muertos. El valiente Judas exhortó a sus hombres a que evitaran en adelante tales pecados, pues acababan de ver con sus propios ojos lo que sucedía a los que habían pecado. Efectuó entre sus soldados una colecta de dinero y entonces envió 12,000 dracmas de plata a Jerusalén a fin de que allí se ofreciera un sacrificio por los pecados de los muertos. Todo esto lo hicieron pensando religiosamente en la creencia en la resurrección, pues si no hubieran creído que los compañeros caídos iban a resucitar, habría sido cosa inútil y vana orar por ellos. Pero creían firmemente en una valiosa recompensa destinada a los que mueren en la piedad. Por tanto, es santo y saludable orar por los muertos, para que sean librados de sus pecados" (2 Mac 12, 41-46).
En el Nuevo Testamento, la existencia del Purgatorio no se afirma explícitamente en ninguna parte. Sin embargo, se pueden citar varias alusiones a un estado de purificación que no es el infierno: "Si alguno habla contra el Hijo del hombre, esto le será perdonado; pero al que hablare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado ni en este siglo ni en el venidero" (Mt. 12, 31-32).

¿Los primeros cristianos creían en el Purgatorio?
Los primeros cristianos celebraban los Santos Misterios en torno a las tumbas de los mártires. Sin tardanza, oraban por aquellos que, no siendo mártires, podían necesitar sufragios. Por ejemplo, el Acta Joannis, en el año 160, habla de San Juan rezando ante una tumba y celebrando la fractio panis al tercer día de la muerte de un cristiano. San Agustín ve en ello una práctica universal, San Juan Damasceno remonta esta tradición a los Apóstoles, Dionisio también asegura que oraban por los muertos. Se puede aplicar aquí el principio teológico: "lex orandi, lex credendi" (la ley de la oración es una regla de fe, porque es un testimonio seguro de la creencia común a toda la Iglesia).

¿Dónde está el Purgatorio?
Ni la Sagrada Escritura ni la Tradición nos dan información precisa sobre este tema. Se habla de los "Infiernos", expresión latina que significa los lugares inferiores, debajo de la tierra, donde las creencias paganas situaban el más allá. La Tradición cristiana retoma esta expresión para oponer el Cielo, que está en lo alto, y los Infiernos, que están abajo... Cabe distinguir varios lugares diferentes: el Infierno de los condenados, el Limbo de los niños que murieron sin bautismo, el Limbo de los Patriarcas, y el Purgatorio. Pero, ¿son lugares propiamente hablando, ya que los que están allí están privados de sus cuerpos? La teología guarda un cauteloso silencio sobre este tema, señalando que la respuesta no tiene nada que ver con nuestra salvación...
Si somos redimidos por los méritos sobreabundantes de Nuestro Señor, ¿qué sentido tiene una mayor purificación?
La satisfacción ofrecida por Nuestro Señor en la Cruz es, por supuesto, más que suficiente para redimir todos nuestros pecados. Sin embargo, hay dos aspectos a considerar en el pecado: por un lado, la desobediencia al Creador, por otro lado, el apego desordenado a la criatura. Si el primer aspecto se repara plenamente por la contrición y la confesión, en virtud de los méritos de Nuestro Señor, el segundo debe ser reparado por nuestra contribución. Dios nos permite así participar en nuestra propia redención. ¿No dice San Pablo: "Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Jesucristo"? En otras palabras, debemos expiar nuestro apego a las cosas de aquí abajo, que impiden que Dios reine completamente sobre nuestra alma. Si nos hemos librado de las faltas graves incompatibles con el amor de Dios, quedan todavía en nuestra alma imperfecciones que eliminar: pecados veniales no sujetos a confesión, penas temporales debidas por los pecados mortales confesados, restos de vicios incompletamente vencidos. La teología fácilmente compara esta purificación con un fuego que no puede consumir la materia pesada, sino que destruye la "paja" o "escoria" que queda en el alma. Esta expiación se lleva a cabo ya sea en esta tierra, a través de buenas obras, o en el Purgatorio.
Puede agregarse que sería impropio de parte de Dios tratar a todas las almas como santas o como condenadas. Es lógico que exista un estado intermedio para aquellos que no han expiado todas sus faltas. Incluso algunos pueblos paganos admitían la existencia de una pena temporal después de la muerte.

¿En qué consisten las penas del Purgatorio? ¿Son muy duras?
“Hay dos tipos de pena en el Purgatorio: la pena de daño, el retraso de la vista de Dios; la pena de sentido, el tormento infligido por el fuego. El más mínimo grado de cualquiera de las dos supera el mayor dolor que uno puede soportar aquí en la tierra". Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIIa Pars, Q.70 artículo 3. Nuestra alma, al final de esta vida, experimenta un violento deseo de unirse a Dios, porque ya no está limitada por el cuerpo y vislumbra la inmensidad de la felicidad del Cielo. El tormento que experimenta por la pena de daño es entonces terrible, y solo es atemperado por la certeza de que terminará. En cuanto a la pena de sentido, esta afecta directamente al alma en la sensibilidad que da al cuerpo, y se siente tanto más vivamente.
Sin embargo, las penas del Purgatorio son muy diferentes a las del Infierno, porque purifican las almas en lugar de castigarlas. Las almas del Purgatorio poseen las virtudes de la esperanza y la caridad, a diferencia de los condenados. Tienen, por tanto, un gran deseo de unirse a Dios y aceptan la penitencia que se les inflige como medio de salvación. Siendo esta pena impuesta por Dios, no pueden aceptarla libremente, pues esto la convertiría en un medio de mérito. La caridad no aumenta en ellas, pero, como disminuyen los obstáculos que le impiden producir su pleno efecto, la sienten cada vez más vivamente a medida que se acercan a la salvación.
¿Debemos ayudar a las almas del Purgatorio? ¿De qué forma?

Tenemos el deber de ayudar a los difuntos que esperan entrar al Cielo:
- es un acto de caridad que concierne a las almas amadas por Dios
- estas almas pueden rezar por nosotros una vez que hayan entrado en el Cielo
- a veces somos responsables de los pecados cometidos en esta tierra por los difuntos
- debemos orar especialmente por nuestros seres queridos y nuestra familia.
La Iglesia siempre ha dirigido sus súplicas por las almas de los difuntos de la manera más urgente y oficial: el Memento de Difuntos, en el Canon de la Misa, nos hace rezar todos los días para que los difuntos encuentren "el lugar de refrigerio, de luz y de paz". La Misa es, por tanto, el primer y más eficaz medio para aliviarlas, mandando ofrecer por ellas el Santo Sacrificio o simplemente ofreciendo la Comunión. La Iglesia les abre también el tesoro de las indulgencias. Finalmente, podemos ofrecer las grandes obras de la vida cristiana, la oración, el ayuno y la limosna. Lo que se conoce como sufragios. La razón es que estas almas están unidas a nosotros por la Comunión de los Santos, es decir, por la unión en Nuestro Señor por la caridad. Así como los miembros de un mismo cuerpo pueden apoyarse unos a otros, los miembros de la Iglesia pueden comunicarse entre sí una parte de sus méritos.

¿Podemos pedir gracias a las almas del Purgatorio?
Como mencionamos anteriormente, estas almas están unidas a nosotros por la caridad y pueden orar por nosotros. Dios en su misericordia les informa de las oraciones hechas por ellas o de las necesidades de sus seres queridos y, una vez en el Cielo, estas almas son ciertamente conscientes de ello. Sin embargo, ya no pueden conseguir ningún mérito, y como nos señala Santo Tomás, están en un estado en el que necesitan nuestras oraciones más que orar por nosotros. Cabe añadir también que la Iglesia nunca les dirige oraciones litúrgicas. Por lo tanto, es posible rezarles, ¡pero sin darles un poder superior a los santos del Cielo!

¿Cómo evitar ir al Purgatorio?
Todo cristiano debe evitar el Purgatorio, no solo para evitar sus penas, sino también para cumplir la voluntad de Dios: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto". Esto es posible preservándonos de las más pequeñas faltas y expiando por la penitencia los pecados por los que hemos obtenido perdón.

viernes, 27 de octubre de 2023

ÚLTIMO DOMINGO DE OCTUBRE SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

POR QUÉ CELEBRAMOS LA FIESTA DE CRISTO REY EN EL ÚLTIMO DOMINGO DE OCTUBRE? Hagamos que el Papa que instituyó esta Festividad nos responda esto:


"Por lo tanto por Nuestra Autoridad Apostólica instituimos la Fiesta del Rey de Nuestro Señor Jesucristo para ser observada anualmente en todo el mundo en el último domingo del mes de octubre - el domingo, es decir, que inmediatamente precede a la fiesta de Todos los Santos... El último domingo de octubre parecía el más conveniente de todos para este propósito, porque es al final del año litúrgico, y así la fiesta de Cristo Rey  pone la gloria coronada sobre los misterios de la vida de Cristo ya conmemorados durante el año, y, antes de celebrar el triunfo de todos los Santos, proclamamos y ensalzamos la gloria del que triunfa en todos los Santos y en todos los Electos. "
— Papa Pío XI (Quas primas, 1925)

martes, 19 de septiembre de 2023

EL TIEMPO DE VOLVER A DIOS ES ¡AHORA!

 

"En el tiempo favorable te escuché, y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2 Corintios 6, 2).
¿Qué esperas, a que te lleven en un cajón de elegante madera desde donde ya no podrás hacer nada por tu alma? ¡Hoy es el día favorable, hoy es el día de la salvación!


miércoles, 13 de septiembre de 2023

FORMACIÓN PARA LA ACCIÓN.... UN BREVE EXAMEN CRÍTICO DEL NOVUS ORDO DE PAULO VI. Un interesante artículo formativo y comparativo, el autor por ser un Modernista conservador reconoce como válida la nueva misa, como así también a los impostores papas Modernistas


A continuación, examinaremos brevemente los principales cambios en sentido protestante introducidos en la Misa de Pablo VI, tanto en la estructura litúrgica como en el propio rito.
Naturalmente, sólo nos vamos a ocupar de los que resultan más perceptibles para los fieles sencillos, para que todos se hagan una idea clara de los contras entre el rito nuevo y el tradicional.

Cambios estructurales en la Iglesia
1) Eliminación sistemática de la barandilla que separa del espacio sagrado del presbiterio. Éste último, que antes estaba reservado a los sacerdotes y otros ministros sagrados, está abierto actualmente a todos, sean consagrados o laicos. Las consecuencias de ello han sido la eliminación del concepto de lugar sagrado, la desacralización del sacerdote y la progresiva equiparación en la práctica de clero y seglares.
2) El altar destinado a la celebración está ahora de cara al pueblo. El sacerdote ya no se dirige a Dios para ofrecer el divino Sacrificio en beneficio de los fieles, sino hacia el pueblo, en un simple encuentro de oración.
Obsérvese que el altar antiguo ni siquiera estaba orientado hacia los feligreses, sino hacia el Oriente, símbolo de Cristo, como testimonia entre otras cosas la orientación geográfica de muchas basílicas antiguas. El altar, mejor dicho, la mesa orientada hacia el pueblo, es por el contrario una creación enteramente personal de Lutero y demás pseudorreformadores del siglo XVI.
3) En la mayoría de los casos el altar está diseñado en forma de mesa, como si fuera a servir para una cena. La Misa ya no es el Sacrificio expiatorio; se ha convertido en una simple comida fraterna. Mientras que en realidad el altar evoca la idea de un sacrificio ofrecido a Dios, la mesa hace pensar en una comida compartida en una mera conmemoración. Por eso en los templos protestantes se usa -donde la hay- una mesa, nunca un altar.
4) Según las rúbricas de la nueva Misa de Pablo VI, el Sagrario puede estar apartado del centro del presbiterio. Disposiciones recientes, como por ejemplo las de la Conferencia Episcopal Italiana, han culminado la operación, imponiendo una capilla lateral al efecto. Es para no ofender a los protestantes; de ese modo, la Presencia permanente de Nuestro Señor Jesucristo en el Tabernáculo dejará de ser un obstáculo para el irreversible camino ecuménico.
5) En el centro del presbiterio, y generalmente en lugar del Sagrario, se encuentra actualmente la silla del sacerdote celebrante. El hombre ocupa el lugar de Dios, y la Misa se convierte en un simple encuentro fraterno entre la asamblea y su «presidente», es decir el sacerdote, cuya misión ha quedado reducida a la de un mero director, animador litúrgico de la antropocéntrica nueva Iglesia conciliar.
Con la entusiástica aprobación de los obispo, se inserta en este ambiente festivo el estilo pop de grupos musicales parroquiales más o menos juveniles, con miras a caldear el ambiente con ritmos y músicas bailables (en no pocas eucaristías conciliares se baila ya a todos los efectos).

Cambios dogmático-litúrgicos en el rito de la Misa
1) Se han eliminado las oraciones preliminares al pie del altar, al final de las cuales el sacerdote, entre otras cosas, se reconocía indigno de entrar en el sancta sanctorum para ofrecer el sacrificio divino e invocaba la intercesión de los santos para purificarse de todo pecado.
En su lugar, en la nueva Misa antropocéntrica el que preside la asamblea se explaya dando la bienvenida, que en muchos casos no es más que un preludio al desencadenamiento de una más o menos anárquica creatividad litúrgica.
2) Se ha eliminado el doble Confíteor (el primero lo rezaba sólo el celebrante, y a continuación el pueblo hacía el segundo). Esto distinguía al sacerdote de los fieles, que se dirigían a él llamándolo páter, padre.
En la nueva Misa todos rezan juntos el Yo, pecador una sola vez. El sacerdote ya no es padre para los fieles, sino un hermano más entre ellos. Democráticamente y a la manera protestante, queda borrado -ni más ni menos- en el actual «yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos…» O sea, que todos somos hermanos.
3) Las lecturas bíblicas las pueden hacer simples laicos (se podría decir que hoy en día es invariablemente así), lo mismo hombres que mujeres.
Totalmente contrario a la prohibición, que se remontaba a los primeros siglos y que siempre había reservado ese cometido a clérigos ordenados de lector para arriba. Precisamente, el lectorado era una de las órdenes menores que llevaban al estado clerical. Entre los protestantes, no existe clero, sino meros ministros y ministerios, por eso la reforma de Pablo VI eliminó las órdenes menores e instituyó en su lugar nada menos que ministerios: lectorado y acolitado y cualquiera, da igual que sea hombre o mujer, tiene acceso al atril para leer.
4) En el Ofertorio de la Misa de antes el sacerdote ofrecía a Cristo al Padre como Víctima propiciatoria y expiatoria por los pecados, con palabras inequívocas: «Recibe, Padre Santo […] esta Hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco […] por mis innumerables pecados […] y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos […] a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y la vida eterna».
A los protestantes siempre les resultó bastante indigesto que se pusiera de relieve el aspecto propiciatorio de la culpa y expiatorio de la pena, hasta el punto de que las primeras partes de la Misa Romana que suprimió Lutero fueron precisamente las oraciones del Ofertorio. Hoy en día, en el Ofertorio de la nueva Misa de Pablo VI el presidente de la asamblea se limita a ofrecer pan y vino para que se conviertan en un indeterminado pan de vida y una vaga bebida de salvación. La idea misma de Sacrificio propiciatorio y expiatorio ha quedado concienzudamente suprimida.
5) En la Misa de Pablo VI se ha conservado el Canon Romano para guardar las apariencias, pero eso sí, mutilado. Se le han añadido, con el claro fin de suplantarlo gradualmente, tres nuevas plegarias eucarísticas (II,III y IV) más actualizadas, fruto de la colaboración con seis peritos protestantes. Con esas oraciones, para que nos entendamos, el presidente de la asamblea da gracias a Dios porque «nos haces dignos de servirte en tu presencia» (plegaria II), mezclando así su misión con la de los simples fieles en un único sacerdocio común que recuerda a Lutero. Si no, se dirige a Dios y lo alaba diciendo: «congregas a tu pueblo para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso» (plegaria III), con lo cual el pueblo y no el sacerdote parece convertirse en el elemento determinante para que se produzca la Consagración.
En la segunda parte del plan protestantizante del Misal de Pablo VI se han insertado cuatro oraciones eucarísticas que van más lejos todavía.
Llega a afirmarse que Cristo nos congrega para el banquete pascual (concepto y terminología enteramente protestantes), mientras el presbítero-presidente conciliar ya no pide que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (como todavía se hacía en las plegarias II, III y IV), sino tan solo que Cristo se haga presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre. Una simple y vaga presencia de Cristo entre nosotros. Nada queda ya de transustanciación ni de Sacrificio expiatorio y propiciatorio. Sin los cuales, huelga recordarlo, ya no hay Misa.
El sacrificio del que se habla después en la misma plegaria eucarística debe entenderse necesariamente por tanto como mero sacrificio de alabanza (cosa todavía aceptada por Lutero y compañía, que rechazaban de plano toda idea de sacrificio expiatorio y propiciatorio).
6) En el nuevo rito de Pablo VI ha desaparecido en todas las plegarias eucarísticas el punto que precedía a las palabras de la Consagración. En el antiguo Misal Romano ese punto y aparte obligaba al sacerdote a interrumpir la mera conmemoración de lo que pasó en la Última Cena para disponerse a realizar, o sea a renovar de forma incruenta pero real el divino Sacrificio.
El presbítero-presidente conciliar se encuentra ahora en presencia de dos puntos ortográficos que lo llevarán -psicológica y lógicamente- a limitarse a seguir recordando y pronunciar por tanto las palabras de la Consagración con intención meramente conmemorativa (exactamente como en la llamada cena de los protestantes).
7) Se ha eliminado la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la Consagración, mediante la cual expresaba la fe en la transustanciación que se acababa de producir con las palabras consagratorias recién dichas. Concepto totalmente inaceptable para los protestantes que, como es sabido, niegan el sacerdocio derivado del sacramento del Orden con todos los poderes espirituales que conlleva.
En la nueva Misa actual de Pablo VI el presidente de la asamblea se arrodilla una sola vez, y no es inmediatamente después de la Consagración, ni después de elevar cada una de las dos especies para mostrarlas a los fieles presentes. Esto es perfectamente aceptable para los protestantes, para quienes (sin la menor transustanciación) sobre la mesa de la Santa Cena Cristo se hace presente únicamente gracias a la fe de los congregados.
Por enésima vez, salta a la vista que el nuevo rito de los conciliares es un amplio punto de encuentro con los llamados hermanos separados.
8) La aclamación de los fieles al final de la Consagración, si bien está tomada del Nuevo Testamento, es totalmente inoportuna y engañosa: introduce por enésima vez un elemento de ambigüedad al presentar a un pueblo que espera la venida de Cristo, cuando por el contrario Él ya está realmente presente sobre el altar como Víctima del Sacrificio expiatorio y propiciatorio que se acaba de renovar.
Como con todas las otras modificaciones e innovaciones, se hace más evidente al encuadrarlo en el contexto general de los demás cambios.
9) En el antiguo Rito Romano, en el momento de la Comunión los fieles, arrodillados humildemente, repetían a imitación del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt.8,8). De ese modo manifestaban fe en la Presencia Real del Señor bajo las sagradas especies.
En cambio, en la Misa de Pablo VI se limitan a decir que no son dignos de participar de la mesa*, expresión vaguísima y totalmente aceptable en ambientes protestantes. [* En la versión italiana, N. del T.]
10) En la Misa romana antigua, la Eucaristía se recibía obligatoriamente de rodillas, en la lengua y tomando todas las precauciones para evitar la caída de partículas, utilizándose para ello una patena.
Por el contrario, en la Misa de Pablo VI y, conforme a la sinuosa táctica modernista, se empezó por disponer ad experimentum la mera posibilidad de recibir la Comunión de pie. Al poco tiempo, comulgar de pie se volvió poco menos que obligatorio. Sucesivamente se introdujo -por parte de las diversas conferencias episcopales- la comunión en la mano, entusiásticamente promovida por un clero conciliar que había perdido la fe, totalmente indiferente a los inevitables sacrilegios, voluntarios o involuntarios, a los que es sometido de esa forma el Cuerpo de Cristo. Con la pandemia de 2020, comulgar en la mano se volvió prácticamente obligatorio en todas partes.
11) La administración del Sacramento de la Eucaristía ya no está reservada a los sacerdotes y diáconos como lo ha sido desde los tiempos de los Apóstoles; con autorización del obispo, gozan en la actualidad de la misma facultad monjas y simples seglares.
Conclusión: Para terminar, recordemos la grave amonestación de aquel célebre estudioso de la sagrada liturgia que fue Dom Prospero Géranguer: «Lo que caracteriza ante todo a la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las formas del culto divino. Todo sectario que quiere introducir una falsa doctrina se topa inevitablemente con la Liturgia, que es la Tradición en su máxima potencia, y no descansará hasta que logre callar esa voz arrancando las páginas que contienen la fe de los siglos que nos precedieron».
Tomado de Adelante la Fe

lunes, 28 de agosto de 2023

NO NACÍ EN LA TRADICIÓN CATÓLICA, NI CRECÍ EN ELLA



No vengo de familia de abolengo, ni bien constituida. Nadie me enseñó lo que yo sé y lo poco que otro me pudo llegar a decir fue de lo poquito que sabía por su pobre formación religiosa.
No me son desconocidas la guitarra, la Renovación Carismática, la misa dando la espalda a Cristo y dada a la gente. No me son extrañas los cantos, la comunión de rodillas, el Santísimo en el costado.
Tampoco me son desconocidos los dolores. Y los errores que cometí. Ser el relleno de cada misa, el que tenía que esperar afuera porque pudo más un prejuicio y un juicio del libro sólo por su portada.
Y también fui niño, fui adolescente.
Uno más del montón. Especial para algunos. Repulsivo para otros. Amé a Francisco, lo defendí mil veces, dejándome seducir por su lío. Fui a verlo a Chile con la esperanza de poder saludarlo de cerca.
Defendí cualquier disparate que hoy critico. Fui papólatra, modernista. Y en su momento también fui detractor de la Misa Tradicional.
La creí evento de gente rica, elitista, superficial. Yo fui de ese catolicismo social de los pobres pero muy pobrista. De ese pacifismo desmedido que nunca me dio la paz.
Y la ignorancia y los malos consejos me nublaron de ella. Fui en secreto a visitar a una pequeña capilla tradi en el medio del campo. A escondidas por terror a la crítica.
Pero no me convenció demasiado o quizá estaba tan preocupado por lograr el cariño de gente por la que me arrastré mil veces como un enamorado no correspondido que no pude ver más allá.
Casi 10 años así. A la deriva. Queriendo mandar todo al carajo en algún momento. Solo, sin atención pastoral, llegando a mi casa con ganas de no salir o caminando los fines de semana mirando cómo los demás disfrutarom la camaradería sin mí.
Fui excluido y marginado de ahí. Porque el Año de la Misericordia no alcanzó lugar para mí. Sólo por no encajar en los lineamientos planteados, por prejuicios y lapidaciones en el atrio de la parroquia porque sufrir por un poco de amor les parecía un capricho.
Yo también quise un padre y se fue. Yo también quise una madre y falleció. Yo también quise hermanos y perdí cuatro en vida. Quise a mi abuela y la pobre también se me murió. Quedé solo pero eso no alcanzó.
También tuve sueños, anhelos, ilusiones. Pero mi lugar asignado era el afuera o la parte de atrás. O la iglesia evangelista a la que me querían mandar. Porque daba lo mismo ser católico que evangelista.
Fui eso, el descarte de la diócesis. Sólo mercedor de lástima y de algún sanguche a la salida de misa.
No es que quiera victimizarme. No lo necesito. No tengo problemas en asumir responsabilidades de los errores y pecados.
Me callé muchas veces. El amor propio lo confundí con egoísmo. Resignado a vivir entre ancianos porque la juventud bergogliana no tenía lugar para mí y había que pagar derecho de piso.
Un día el valor pudo más y me salí. Me cansé. Me harté. Y ahí apareció la Misa Tradicional.
Fui sabiendo que lo perdí todo y que no tenía más que perder. Y sin embargo, estaba ganando.
Olor a silencio, a amor, a intimidad. Me sentí por primera vez en mi casa. No entendía Latín. Sólo sé algo de italiano y francés. O por lo menos me defiendo.
No necesitaba entender Latín. Sólo era dejarme llevar. Era dejarme enamorar, soñar como un chico. Confesar y aprender a confesarme bien.
Ahí conocí el verdadero amor. Y escribiendo esto es lo que hace que deje el pasado atrás. Lo perdone y me perdone con el tiempo. Respetando que las heridas necesitan tiempo para sanarse. Conociendo el amor de San José, mostrado por mi profesional.
Ese santo que tanto ignoré cuando era modernista.
Y por eso y otras razones más, elegí a mi santo tutelar y le "pedí prestado" el nombre. Mi misión de laico es también contar lo que viví y vivo en la Misa Tradicional. Nunca seré como el gran Pío X pero me encargaré de contar lo que he visto y vivido como él tan sabiamente lo escribía.
Estoy conociendo la amistad, el cariño de mucha gente aún con sus errores y aciertos.
No soy ejemplo de nada. Sólo de lo que no se debe hacer. Pero luchando por vencerme a mí mismo. Con la ayuda de la Virgen, de la que soy su insoportablemente devoto. Como diría un evangelista "sos un enfermo de hiperdulía".
Insulto que para mí es un gran halago.
Con mi humor irónico y rancio, puedo contarlo. Reírme de ciertas cosas y aprender otras a la par de todos.
Me parece aún hermoso que pueda poner en palabras mi historia. Tan real como la de cualquiera de mis lectores. Que lo que haya recibido gratuitamente, lo pueda dar de la misma manera.
Y acá estoy, abrazandome a la cruz y a la misión emprendida. Rezando por la Iglesia y aceptando que soy humano y falible. Apasionado y a la vez intenso y atravesado en mis convicciones. En el aprendizaje más importante de mi vida, para devolver algo de lo tanto que me dieron.
Aprendiendo a rezar en el Calvario de cada Sagrada Misa, queriendo algo del alma de Juan y otro poco de la devoción de las mujeres santas para estar más cerca de Jesús y de su Madre.
Simplemente apelo a sus oraciones. Y que sea todo para Él. Porque sólo por Él sigo vivo y de pie, a pesar de mis tantas caídas que son necesarias para acrisolar mi propia alma.
- Post José Sarto

jueves, 24 de agosto de 2023

LA HUMILDAD


La causa principal de la infelicidad interna es el egoísmo o la egolatría. Quien se da mucha importancia no hace sino revelar su propio y escaso valer. El orgullo constituye un intento para crear la impresión falsa de que somos lo que no somos.
Cuánto más feliz sería la gente si en lugar de exaltar su propio yo hasta el infinito, lo redujera a cero. Encontraría entonces la verdad infinita a través de la más rara de las virtudes: la humildad. La humildad es la verdad acerca de nosotros mismos. Un hombre con dos metros de estatura, pero diciendo: “Solamente tengo un metro sesenta”, no es un hombre humilde. Un escritor no será humilde si dice: “Soy un escritorzuelo”. Estas afirmaciones se hacen esperando una negación y para lograr un elogio. En cambio, será humilde quien diga: “Bueno, el talento que yo pueda tener es un regalo de Dios y por ello he de darle gracias”. Cuanto más elevado es un edificio, mas profundos serán sus cimientos; cuanto más elevada sea la moral a la que aspiramos, mayor será la humildad. Como dijo San Juan Bautista cuando vio a Nuestro Señor: “El debe de ascender y yo descender”. Las flores desaparecen durante el invierno para ver sus raíces. Muertas para el mundo, se ocultan bajo la tierra en humildad, invisibles ante los ojos de los hombres. Pero precisamente porque se humillan ante sí mismas, son exaltadas y glorificadas en la nueva primavera.
Solamente cuando una caja está vacía puede llenarse; solo cuando el yo se desinfla puede Dios derramar sobre él sus bendiciones. Algunos están tan plenos de sí que no pueden dar cabida al amor por el prójimo o al amor de Dios. Velando constantemente por sí mismos, el mundo los rechaza. Pero la humildad nos permite aceptar lo que dan los otros. Usted no podría dar si yo no tomara. Es el que acepta quien hace al donador. Así Dios, antes de que pueda ser donador, tiene que hallar alguien que acepte. Pero si uno no posee la humildad suficiente para recibir de Dios. El no podrá darnos.
Un hombre poseído por el demonio fue llevado a una eremita del desierto. Cuando el santo ordenó al demonio que abandonara el cuerpo, el demonio preguntó: “¿Qué diferencia hay entre las ovejas y las cabras que el Señor pondrá a Su derecha y a Su izquierda el día del juicio?” El santo contestó: “Yo soy una de las cabras”. El diablo dijo entonces: “Tu humildad me hace retirarme”.
Muchos dicen: “He trabajado años para otros y aún para Dios. Y ¿qué beneficios he obtenido? Sigo siendo nada”. La respuesta es: han ganado algo; han obtenido la verdad de su propia pequeñez –y por supuesto, un gran mérito para la vida futura. Un día iban dos hombres en un autobús. Uno dijo: “En este asiento, no hay suficiente espacio para usted”. El otro replicó: “Si nos tenemos caridad, entonces lo habrá”. Pregúntese a un hombre: “¿Es usted un santo? Si contesta afirmativamente, podemos estar seguros de que no lo es.
El hombre humilde se preocupa por sus propios errores y no por los ajenos; ve en su vecino sólo aquello que es bueno y virtuoso. No lleva sus errores sobre su propia espalda, sino por delante. Los defectos del vecino los pone, en cambio, en un saco que se echa a la espalda, para no verlos. El hombre orgulloso, por el contrario, se queja de todos y cree siempre que los demás le faltan o que no es tratado como lo merece.
Desde un punto de vista espiritual el que se enorgullece de sus propia inteligencia, talento o voz y nunca da gracias a Dios por esos dones, es un ladrón; ha tomado de Dios estos dones y nunca le ha reconocido como donador. Las espigas de la cebada que dan el grano más rico son aquellas que caen más abajo. El hombre humilde nunca se desanima, pero el orgulloso cae frecuentemente en la desesperación. El humilde aún tiene a Dios a quien clamar; el hombre orgulloso sólo tiene su propio yo, que se ha desmoronado.
Una de las más bellas oraciones de humildad es la de San Francisco de Asís:
“Señor, hazme instrumento de Tu paz.
Donde hay odio, que haya amor;
Donde hay injuria, perdón;
Donde hay duda, fe;
Donde hay desesperación, esperanza;
Donde hay oscuridad, luz;
Donde hay tristeza, alegría.
¡Oh, Divino Maestro, concédeme que no busque yo tanto ser consolado, como consolar; no ser comprendido, sino comprender; no ser amado, sino amar. Ya que es dando como recibimos, es el perdón que somos perdonados y es muriendo que nacemos a la vida eterna.