A continuación, examinaremos brevemente los principales cambios en sentido protestante introducidos en la Misa de Pablo VI, tanto en la estructura litúrgica como en el propio rito.
Naturalmente, sólo nos vamos a ocupar de los que resultan más perceptibles para los fieles sencillos, para que todos se hagan una idea clara de los contras entre el rito nuevo y el tradicional.
Cambios estructurales en la Iglesia
1) Eliminación sistemática de la barandilla que separa del espacio sagrado del presbiterio. Éste último, que antes estaba reservado a los sacerdotes y otros ministros sagrados, está abierto actualmente a todos, sean consagrados o laicos. Las consecuencias de ello han sido la eliminación del concepto de lugar sagrado, la desacralización del sacerdote y la progresiva equiparación en la práctica de clero y seglares.
2) El altar destinado a la celebración está ahora de cara al pueblo. El sacerdote ya no se dirige a Dios para ofrecer el divino Sacrificio en beneficio de los fieles, sino hacia el pueblo, en un simple encuentro de oración.
Obsérvese que el altar antiguo ni siquiera estaba orientado hacia los feligreses, sino hacia el Oriente, símbolo de Cristo, como testimonia entre otras cosas la orientación geográfica de muchas basílicas antiguas. El altar, mejor dicho, la mesa orientada hacia el pueblo, es por el contrario una creación enteramente personal de Lutero y demás pseudorreformadores del siglo XVI.
3) En la mayoría de los casos el altar está diseñado en forma de mesa, como si fuera a servir para una cena. La Misa ya no es el Sacrificio expiatorio; se ha convertido en una simple comida fraterna. Mientras que en realidad el altar evoca la idea de un sacrificio ofrecido a Dios, la mesa hace pensar en una comida compartida en una mera conmemoración. Por eso en los templos protestantes se usa -donde la hay- una mesa, nunca un altar.
4) Según las rúbricas de la nueva Misa de Pablo VI, el Sagrario puede estar apartado del centro del presbiterio. Disposiciones recientes, como por ejemplo las de la Conferencia Episcopal Italiana, han culminado la operación, imponiendo una capilla lateral al efecto. Es para no ofender a los protestantes; de ese modo, la Presencia permanente de Nuestro Señor Jesucristo en el Tabernáculo dejará de ser un obstáculo para el irreversible camino ecuménico.
5) En el centro del presbiterio, y generalmente en lugar del Sagrario, se encuentra actualmente la silla del sacerdote celebrante. El hombre ocupa el lugar de Dios, y la Misa se convierte en un simple encuentro fraterno entre la asamblea y su «presidente», es decir el sacerdote, cuya misión ha quedado reducida a la de un mero director, animador litúrgico de la antropocéntrica nueva Iglesia conciliar.
Con la entusiástica aprobación de los obispo, se inserta en este ambiente festivo el estilo pop de grupos musicales parroquiales más o menos juveniles, con miras a caldear el ambiente con ritmos y músicas bailables (en no pocas eucaristías conciliares se baila ya a todos los efectos).
Cambios dogmático-litúrgicos en el rito de la Misa
1) Se han eliminado las oraciones preliminares al pie del altar, al final de las cuales el sacerdote, entre otras cosas, se reconocía indigno de entrar en el sancta sanctorum para ofrecer el sacrificio divino e invocaba la intercesión de los santos para purificarse de todo pecado.
En su lugar, en la nueva Misa antropocéntrica el que preside la asamblea se explaya dando la bienvenida, que en muchos casos no es más que un preludio al desencadenamiento de una más o menos anárquica creatividad litúrgica.
2) Se ha eliminado el doble Confíteor (el primero lo rezaba sólo el celebrante, y a continuación el pueblo hacía el segundo). Esto distinguía al sacerdote de los fieles, que se dirigían a él llamándolo páter, padre.
En la nueva Misa todos rezan juntos el Yo, pecador una sola vez. El sacerdote ya no es padre para los fieles, sino un hermano más entre ellos. Democráticamente y a la manera protestante, queda borrado -ni más ni menos- en el actual «yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos…» O sea, que todos somos hermanos.
3) Las lecturas bíblicas las pueden hacer simples laicos (se podría decir que hoy en día es invariablemente así), lo mismo hombres que mujeres.
Totalmente contrario a la prohibición, que se remontaba a los primeros siglos y que siempre había reservado ese cometido a clérigos ordenados de lector para arriba. Precisamente, el lectorado era una de las órdenes menores que llevaban al estado clerical. Entre los protestantes, no existe clero, sino meros ministros y ministerios, por eso la reforma de Pablo VI eliminó las órdenes menores e instituyó en su lugar nada menos que ministerios: lectorado y acolitado y cualquiera, da igual que sea hombre o mujer, tiene acceso al atril para leer.
4) En el Ofertorio de la Misa de antes el sacerdote ofrecía a Cristo al Padre como Víctima propiciatoria y expiatoria por los pecados, con palabras inequívocas: «Recibe, Padre Santo […] esta Hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco […] por mis innumerables pecados […] y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos […] a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y la vida eterna».
A los protestantes siempre les resultó bastante indigesto que se pusiera de relieve el aspecto propiciatorio de la culpa y expiatorio de la pena, hasta el punto de que las primeras partes de la Misa Romana que suprimió Lutero fueron precisamente las oraciones del Ofertorio. Hoy en día, en el Ofertorio de la nueva Misa de Pablo VI el presidente de la asamblea se limita a ofrecer pan y vino para que se conviertan en un indeterminado pan de vida y una vaga bebida de salvación. La idea misma de Sacrificio propiciatorio y expiatorio ha quedado concienzudamente suprimida.
5) En la Misa de Pablo VI se ha conservado el Canon Romano para guardar las apariencias, pero eso sí, mutilado. Se le han añadido, con el claro fin de suplantarlo gradualmente, tres nuevas plegarias eucarísticas (II,III y IV) más actualizadas, fruto de la colaboración con seis peritos protestantes. Con esas oraciones, para que nos entendamos, el presidente de la asamblea da gracias a Dios porque «nos haces dignos de servirte en tu presencia» (plegaria II), mezclando así su misión con la de los simples fieles en un único sacerdocio común que recuerda a Lutero. Si no, se dirige a Dios y lo alaba diciendo: «congregas a tu pueblo para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso» (plegaria III), con lo cual el pueblo y no el sacerdote parece convertirse en el elemento determinante para que se produzca la Consagración.
En la segunda parte del plan protestantizante del Misal de Pablo VI se han insertado cuatro oraciones eucarísticas que van más lejos todavía.
Llega a afirmarse que Cristo nos congrega para el banquete pascual (concepto y terminología enteramente protestantes), mientras el presbítero-presidente conciliar ya no pide que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (como todavía se hacía en las plegarias II, III y IV), sino tan solo que Cristo se haga presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre. Una simple y vaga presencia de Cristo entre nosotros. Nada queda ya de transustanciación ni de Sacrificio expiatorio y propiciatorio. Sin los cuales, huelga recordarlo, ya no hay Misa.
El sacrificio del que se habla después en la misma plegaria eucarística debe entenderse necesariamente por tanto como mero sacrificio de alabanza (cosa todavía aceptada por Lutero y compañía, que rechazaban de plano toda idea de sacrificio expiatorio y propiciatorio).
6) En el nuevo rito de Pablo VI ha desaparecido en todas las plegarias eucarísticas el punto que precedía a las palabras de la Consagración. En el antiguo Misal Romano ese punto y aparte obligaba al sacerdote a interrumpir la mera conmemoración de lo que pasó en la Última Cena para disponerse a realizar, o sea a renovar de forma incruenta pero real el divino Sacrificio.
El presbítero-presidente conciliar se encuentra ahora en presencia de dos puntos ortográficos que lo llevarán -psicológica y lógicamente- a limitarse a seguir recordando y pronunciar por tanto las palabras de la Consagración con intención meramente conmemorativa (exactamente como en la llamada cena de los protestantes).
7) Se ha eliminado la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la Consagración, mediante la cual expresaba la fe en la transustanciación que se acababa de producir con las palabras consagratorias recién dichas. Concepto totalmente inaceptable para los protestantes que, como es sabido, niegan el sacerdocio derivado del sacramento del Orden con todos los poderes espirituales que conlleva.
En la nueva Misa actual de Pablo VI el presidente de la asamblea se arrodilla una sola vez, y no es inmediatamente después de la Consagración, ni después de elevar cada una de las dos especies para mostrarlas a los fieles presentes. Esto es perfectamente aceptable para los protestantes, para quienes (sin la menor transustanciación) sobre la mesa de la Santa Cena Cristo se hace presente únicamente gracias a la fe de los congregados.
Por enésima vez, salta a la vista que el nuevo rito de los conciliares es un amplio punto de encuentro con los llamados hermanos separados.
8) La aclamación de los fieles al final de la Consagración, si bien está tomada del Nuevo Testamento, es totalmente inoportuna y engañosa: introduce por enésima vez un elemento de ambigüedad al presentar a un pueblo que espera la venida de Cristo, cuando por el contrario Él ya está realmente presente sobre el altar como Víctima del Sacrificio expiatorio y propiciatorio que se acaba de renovar.
Como con todas las otras modificaciones e innovaciones, se hace más evidente al encuadrarlo en el contexto general de los demás cambios.
9) En el antiguo Rito Romano, en el momento de la Comunión los fieles, arrodillados humildemente, repetían a imitación del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt.8,8). De ese modo manifestaban fe en la Presencia Real del Señor bajo las sagradas especies.
En cambio, en la Misa de Pablo VI se limitan a decir que no son dignos de participar de la mesa*, expresión vaguísima y totalmente aceptable en ambientes protestantes. [* En la versión italiana, N. del T.]
10) En la Misa romana antigua, la Eucaristía se recibía obligatoriamente de rodillas, en la lengua y tomando todas las precauciones para evitar la caída de partículas, utilizándose para ello una patena.
Por el contrario, en la Misa de Pablo VI y, conforme a la sinuosa táctica modernista, se empezó por disponer ad experimentum la mera posibilidad de recibir la Comunión de pie. Al poco tiempo, comulgar de pie se volvió poco menos que obligatorio. Sucesivamente se introdujo -por parte de las diversas conferencias episcopales- la comunión en la mano, entusiásticamente promovida por un clero conciliar que había perdido la fe, totalmente indiferente a los inevitables sacrilegios, voluntarios o involuntarios, a los que es sometido de esa forma el Cuerpo de Cristo. Con la pandemia de 2020, comulgar en la mano se volvió prácticamente obligatorio en todas partes.
11) La administración del Sacramento de la Eucaristía ya no está reservada a los sacerdotes y diáconos como lo ha sido desde los tiempos de los Apóstoles; con autorización del obispo, gozan en la actualidad de la misma facultad monjas y simples seglares.
Conclusión: Para terminar, recordemos la grave amonestación de aquel célebre estudioso de la sagrada liturgia que fue Dom Prospero Géranguer: «Lo que caracteriza ante todo a la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las formas del culto divino. Todo sectario que quiere introducir una falsa doctrina se topa inevitablemente con la Liturgia, que es la Tradición en su máxima potencia, y no descansará hasta que logre callar esa voz arrancando las páginas que contienen la fe de los siglos que nos precedieron».
Tomado de Adelante la Fe