miércoles, 9 de abril de 2025

LA COMUNIDAD ORGANIZADA. El 9 de abril de 1949, el Gral. Perón clausura en Mendoza el Primer Congreso Nacional de Filosofía donde expone sobre “La Comunidad Organizada”.



En diciembre de 1947 la Universidad Nacional de Cuyo convocó el Primer Congreso Argentino de Filosofía, «con participación de todos los países hispanohablantes».
El 20 de abril de 1948 el Presidente de la Nación Argentina, Juan Domingo Perón, decretó la nacionalización del Congreso, que pasó a denominarse: Primer Congreso Nacional de Filosofía.
Se celebró en Mendoza, del 30 de marzo al 9 de abril de 1949, y representa un hito imprescindible para entender la consolidación doctrinaria del Gral. Perón.
En este link pueden encontrar COMPLETOS todos los discursos y documentos https://www.filosofia.org/mfb/1949arg.htm...

Si ponen en el buscador LA COMUNIDAD ORGANIZADA, pueden bajar también el libro que fuera editado en 1952

martes, 1 de abril de 2025

EL MARTIRIO DEL OBISPO DE BARBASTRO (España durante la guerra civil) CASTRADO Y HUMILLADO





Por Jaime Gurpegui | 01 abril, 2025
IGLESIA ESPAÑOLA

Hay momentos en la historia en los que Dios permite que el infierno se desate. España, verano de 1936. La tierra de María Santísima se cubre de sangre inocente mientras las bestias salen de sus cuevas con hoces, martillos y pistolas. Y en medio de ese aquelarre satánico, un anciano obispo cae en manos de los perros del odio. No pide clemencia. No maldice. Perdona.
Florentino Asensio Barroso, Obispo de Barbastro, fue detenido el 22 de julio de 1936. Le bastó una semana para llegar al martirio, y a la gloria. Tenía 66 años y era un hombre débil de cuerpo, enfermo, apenas llevaba dos meses en su diócesis. Pero los rojos no perdonaban ni a los enfermos ni a los obispos. Menos aún a los que llevaban cruz pectoral.
Lo llevaron a la cárcel del Partido Socialista Obrero Español. Allí, durante días, lo insultaron, escupieron, golpearon, se burlaron de él como de Cristo en el pretorio. “¡Eminencia, ahora te vas a confesar tú con nosotros!” Y comenzaron las torturas. Le arrancaron las uñas. Le golpearon con las culatas en la cara hasta desfigurarla. Le abrieron el vientre, y aun así no lograron hacerlo gritar. Lo castraron. Sí, lector. Al obispo de Barbastro lo castraron. No por placer, sino por odio. Por odio a la fe que sostenía ese anciano que apenas podía tenerse en pie.
Pero no se detuvieron ahí. En un acto de sadismo casi demoníaco, le metieron sus propios testículos en la boca. Como una parodia blasfema de la Eucaristía. Y después de fusilarlo, como si el infierno no estuviera satisfecho con haberlo martirizado, ataron su cuerpo a un vehículo y lo arrastraron por las calles de Barbastro. La misma ciudad que días antes había recibido a su nuevo obispo con aplausos, veía ahora su cadáver paseado como un trofeo por los esbirros del odio.
Y sin embargo, cada vez que lo golpeaban, cada vez que el dolor se hacía insoportable, el obispo murmuraba: “Yo os perdono… Dios también os perdona…” ¿Puede haber mayor victoria que perdonar al verdugo mientras te arranca la vida con saña?
El 9 de agosto, al amanecer, lo remataron a tiros en la tapia del cementerio. Lo dejaron como trapo viejo, un montón de carne sagrada bañada en sangre. Cuando fueron a recoger el cuerpo, descubrieron con espanto —hasta los sepultureros lo testificaron— que tenía el rostro sereno. Como si hubiera visto el Cielo abrirse.