En el año 1936 la diócesis de Barbastro era pequeña, contaba con ciento cuarenta sacerdotes diocesanos y veintiún seminaristas, estando al frente el obispo don Florentino Asensio Barroso.
En Barbastro comenzó una orgía de sangre instigada por el anarquista Durruti y el comité “político” compuesto por individuos obsesivos contra la Fe.
En los primeros días del mes de agosto fueron ejecutados el obispo, el seminario completo y varios sacerdotes.
El 20 de julio de 1936 fue asaltada la Casa de la Comunidad Claretiana de Barbastro. Dicha comunidad estaba formada por nueve sacerdotes, doce hermanos y treinta y nueve estudiantes. Los tres padres superiores fueron arrestados mientras el resto de la comunidad fue recluida en el salón de actos del colegio de los Padres Escolapios.
El objetivo de los carceleros –que fueron sus verdugos- era que apostataran de la fe y se unieran a las milicias. Para ello utilizaron todo tipo de artimañas, como por ejemplo introducir prostitutas, vejaciones, prohibición del rezo y un continuo hostigamiento para que colgaran los hábitos. No lo consiguieron. El cocinero y un padre escolapio conseguían introducir las Formas entre los bocadillos para que pudieran comulgar a diario.
Intuyendo su destino dejaron escritos testimonios en papel que iban escondiendo en diferentes recovecos de la estancia para que pudiera conocerse la verdad que fue, finalmente, relatada por dos seminaristas argentinos que no ejecutaron por ser extranjeros (curioso dato)
Los primeros días fueron fusilados los padres superiores a fin de que el resto se encontrara sin guía espiritual. Siendo que no cedían, los fueron fusilando en días sucesivos llevándolos en un camión atados de dos en dos –como solían hacer con todas sus víctimas-
La muerte del obispo fue de una crueldad inimaginable, sometido a feroces torturas. Una vez detenido es trasladado a una celda del ayuntamiento. Sufrió crueles vejaciones, le amputaron los genitales con un gran alborozo de los presentes; antes de asesinarle le arrancaron los dientes. Sus gritos de dolor eran oídos por los seminaristas que aún permanecían encerrados.
Impresiona la carta colectiva que escribieron el 13 de agosto:
“….¡SON TUS HIJOS, CONGREGACIÓN QUERIDA, estos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van a la muerte: ¡VIVA CRISTO REY! Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a Ti, MADRE COMÚN DE TODOS NOSOTROS (...). Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule su desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Adiós, querida Congregación! Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Los mártires de mañana, 14, recuerdan que mueren en vísperas de la Asunción; ¡y qué recuerdo este! Morimos por llevar la sotana y morimos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron…¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Congregación! Adiós, querido Instituto. Vamos al Cielo a rogar por ti. ¡Adiós! ¡Adiós!”….”