Pero una cosa es el gusto y otra la justicia. Y cuanto más leo lo que les han hecho y cómo han respondido, más clara tengo otra cosa: los admiro profundamente.
No se puede plantar cara al poder… salvo que estés dispuesto a pagarlo
Llevamos años escuchando que esta es la Iglesia sinodal, la Iglesia del diálogo, la Iglesia de la escucha, la Iglesia de los procesos. Todo eso está muy bien para los eslóganes, pero en la práctica hay una regla de oro que todos han aprendido rápido:
al poder no se le planta cara.
Y menos después de doce años de dictadura bergogliana, con una corte perfectamente engrasada para premiar a los fieles del régimen y triturar a los que molesten. Entre los colaboradores de esa larga etapa de hierro se encontraba, por cierto, el entonces prefecto de la Congregación para los Obispos, el cardenal Robert Prevost, hoy León XIV.
En ese clima, la mayoría de instituciones católicas han optado por lo que podríamos llamar la “estrategia de la tortuga”: meterse en su caparazón, salvar sus pequeños intereses, evitar problemas y rezar en silencio para que la tormenta pase sin arrasarles la casa y la cuenta bancaria.
Los Heraldos han hecho exactamente lo contrario: han decidido ir con todo.
Comisariados… y con el comisario en el banquillo moral
A los Heraldos del Evangelio los comisariaron. Había que comisariar a alguien; el sistema necesitaba un enemigo visible, un “caso ejemplarizante”, una advertencia a navegantes: así termina quien no se alinea. Nada nuevo bajo el sol.
Lo que sí es nuevo –y casi inaudito– es la respuesta. En lugar de bajar la cabeza, pedir perdón por existir y desaparecer discretamente del mapa, los Heraldos han hecho algo que sólo se le ocurre a quien no ha perdido la fe ni el respeto por la verdad:
han recopilado, documentado y publicado una crónica completa del atropello.
Me refiero al volumen El Comisariado de los Heraldos del Evangelio. Sancionados sin pruebas, sin defensa, sin diálogo. Crónica de los hechos 2017–2025, coordinado por el Prof. Dr. José Manuel Jiménez Aleixandre y la Hna. Dra. Juliane Vasconcelos Almeida Campos: más de 700 páginas de hechos, documentos, decretos, actas notariales, informes canónicos, cartas, dictámenes jurídicos y testimonios.
Y lo que hacen en esas páginas es demoledor: demostrar que no hubo proceso, ni pruebas, ni defensa, ni diálogo. Sólo una cadena de abusos de autoridad, maniobras oscuras, filtraciones interesadas a la prensa, silencios culpables y una construcción artificiosa de sospechas para justificar un comisariado que –si se respetara mínimamente el derecho– jamás se habría podido sostener.
No sólo eso: el libro muestra cómo, con el tiempo, el comisariado ha terminado convertido en una caricatura de sí mismo, hasta el punto de que el propio comisario queda moralmente “comisariado”, puesto bajo foco y cuestionado en su idoneidad. Es difícil imaginar un boomerang más perfecto.
Quince años terribles sin derecho
Hay una frase que sobrevuela todo este caso, aunque no siempre se diga en voz alta: “hemos vivido quince años terribles”. Quince años en los que el derecho canónico se ha tratado como un estorbo, una molestia burocrática a la que se puede dar la vuelta o ignorar cuando no conviene.
El libro de los Heraldos lo ilustra con precisión quirúrgica: decretos mal redactados o directamente alterados; decisiones sin motivación; acusaciones genéricas y nunca demostradas; visitas apostólicas convertidas en expediciones de pesca en busca de delitos que no aparecen; restricciones impuestas sin base; procesos civiles que terminan exonerando a la institución mientras en Roma se hace como si nada.
En resumen: durante demasiado tiempo, la ley ha sido sustituida por la voluntad del que manda. Y eso, en la Iglesia, es letal. Una cosa es creer en la autoridad; otra, muy distinta, es justificar la arbitrariedad.
Mientras todos callaban, una institución decidió perder el miedo
Lo más escandaloso de todo esto no es que haya habido abusos. Eso, por desgracia, lo sabemos y lo hemos visto en demasiados ámbitos. Lo verdaderamente escandaloso es que, ante los abusos, casi todo el mundo ha callado.
Han callado órdenes religiosas veteranas y recientes. Han callado universidades católicas. Han callado movimientos eclesiales poderosos. Han callado fundaciones y congregaciones que sabían muy bien lo que estaba pasando, pero prefirieron mirar hacia otro lado para no poner en peligro subvenciones, permisos, privilegios o simplemente tranquilidad institucional.
Y, de repente, hay una institución que no calla. Una institución que, en lugar de aceptar resignada el papel de víctima dócil, decide poner por escrito todo el proceso, con nombres, fechas, referencias y anexos. Una institución que se atreve a afirmar, con hechos en la mano, que lo que se ha hecho con ellos es un caso paradigmático de persecución ideológica dentro de la Iglesia.
No se trata sólo de “defender su nombre”. Se trata de algo mucho más serio: defender la idea misma de que en la Iglesia debe existir un orden jurídico. Que los decretos no pueden falsificarse. Que las firmas no pueden manipularse. Que un comisario no puede comportarse como si estuviera por encima de la ley. Que los fieles y las comunidades tienen derechos, no sólo obligaciones.
Lo que toda la Iglesia debe a los Heraldos
No hace falta compartir el carisma de los Heraldos ni disfrutar con sus procesiones para reconocerlo: la Iglesia entera les debe gratitud.
Porque, al negarse a ser triturados en silencio, han obligado a poner sobre la mesa lo que todos intuían y casi nadie decía: que en Roma se ha actuado demasiadas veces “sin pruebas, sin defensa, sin diálogo”. Que se ha jugado con las personas y las obras como si fueran piezas de un tablero ideológico. Que las “visitas” y los “acompañamientos” han sido, en no pocos casos, instrumentos de presión y control.
Si hoy existe un relato detallado de cómo funciona esa maquinaria, es en gran parte gracias a ellos. Y eso no sólo es útil para su propio caso; es un servicio, incómodo pero necesario, a toda la Iglesia. Cualquier institución que mañana se vea en la diana del sistema sabrá que no está obligada a desaparecer en silencio.
En un tiempo en que la palabra “sinodalidad” se usa para justificarlo todo, los Heraldos han recordado, con hechos y documentos, que sin justicia no hay comunión posible. Que la caridad sin verdad se convierte en sentimentalismo. Y que la autoridad sin ley degenera en despotismo.
https://www.youtube.com/watch?v=f03IoB-7tQQ
ResponderEliminar¡ABRAN LOS OJOS!. Entre 1962 y 1965, se llevó a cabo el falso Concilio Vaticano II, cuyos decretos y enseñanzas fueron previamente condenados por el Magisterio Infalible de la Iglesia, por Gregorio XVI en 1832, Pío IX en 1864, León XIII en 1885 y 1888, Pío XI en 1925 y 1928, Pío XII en 1943. Por lo tanto, el ¨Concilio¨ Vaticano II debe ser rechazado como un falso Concilio porque ha errado en sus enseñanzas, Fe y moral. Gracias a éste falso Concilio, la sociedad se alejó del verdadero Dios y perdió el respeto y noción de lo sagrado para rezarle a falsos dioses y a falsos Santos, y entregarse a sus pasiones desordenadas, rebajándose al nivel de los animales. Los enemigos de la Religión, infiltrados en la Iglesia, la han desacreditado completamente ante los ojos de la gente.
ResponderEliminar¿Acaso con el Vaticano II la Iglesia se contradijo y la voz de Dios en la Tierra, erró? Imposible porque es una sociedad Divina y a un Papa verdadero hay que obedecerlo siempre porque es infalible, no puede errar: ¿qué significa ¨ex cathedra¨?, significa que para enseñar a la Iglesia sólo debe ser Papa y con eso está cumpliendo su cargo de Pastor y Maestro de todos los cristianos. Cada vez que un Papa habla en cuanto Papa, enseña con autoridad, y entonces puede enseñar ex cathedra, es suficiente que quiera dar un juicio definitivo ligado de alguna manera a la Fe o a la moral. Si la Iglesia ya no es lo que era antes de 1958, entonces no era infalible ni indefectible; o lo que vemos ahora no es la Iglesia de Cristo, sino una FALSA IGLESIA CON UN FALSO PAPA.
El deber de oficio de un Papa es confirmar en la Fe, no enseñar el error; si corrompe la Fe, no tiene autoridad porque removió su fundamento. ¡Argumento lógico! Y si es lógico, viene de Dios. Dios existe; si Dios existe, Cristo es Dios; si Cristo es Dios, la Iglesia es la verdadera religión, Pedro tiene las llaves, confirma en la Fe y es el Vicario de Cristo; si es el Vicario de Cristo, lo que Pedro enseña nos lleva a Cristo; Bergoglio no me lleva a Cristo, ergo: ¡No es Pedro! Sé que Bergoglio no es Papa porque me lo prueba con los signos, porque el signo tiene relación con la cosa significada.
¿Hay potencia de error en un Papa válido? ¡No! Sino ¿quién juzga de esa potencia de error?, ¿quién me da certeza de salvación?, ¿cómo sé que la Biblia me lleva al Cielo?. No podríamos distinguir el error en materia de Fe y Moral. Repugna a la definición de Papa, siendo el Guardián del Depósito, entonces ¿cómo junto herejía con Papa?, ¿cómo es el Guardián de la Doctrina y a la vez el que la viola?. Si hablo de Papa, hablo de infalibilidad...y si un Papa se equivoca siempre, ¿dónde está la infalibilidad?.
El falso tradicionalismo reduce la Fe al plano sensitivo (latín, incienso, campanilla, bellos ornamentos, etc), igual que los modernistas.
La guitarra en el Templo es un abuso universal aceptado por el "Papa" e instrumentado por los "Obispos" del mundo. Misa cara a Dios o al hombre, es un cambio sustancial, ya que se le rinde culto a uno o al otro. Si admito un cambio sustancial, la Fe católica antes de 1958 no es sustancialmente la misma y la Iglesia no es una sociedad divina. Un Papa válido es el garante de que ese cambio no se haga, Custodio del Depósito de la Fé que no puede cambiar.
¿POR QUÉ DESDE QUE MURIÓ PIO XII NO HAY PAPAS?.
ResponderEliminarPorque los siguientes ¨Papas¨ han promulgado falsas doctrinas, han enseñado una falsa moral, y disciplinas y ritos pecaminosos…y esto lo han hecho para toda la Iglesia Universal. Éste es el punto más importante, pero también hay otros puntos que confirman la misma conclusión y es que han dicho muchas herejías y blasfemias, han obrado como herejes a nivel de su práctica, han apostatado públicamente en muchos casos y han designado, aprobado y aceptado Obispos y diferentes eclesiásticos que son públicamente herejes, en diferentes cargos, incluso en los más importantes.
Es imposible no notar las herejías que han lanzado. Entonces, ¿cómo se explica esta apostasía de estos supuestos Papas? No tienen la asistencia prometida del Espíritu Santo porque no han sido válidamente elegidos. Eran no elegibles. Todos han adherido herejías antes de su elección al Papado, entonces no eran católicos, pusieron un obstáculo a su elección.
La autoridad de la Iglesia es la autoridad de Cristo, y la autoridad de Cristo no puede promulgar a la Iglesia universal, falsas doctrinas, falsa liturgia, falsas Canonizaciones, falsa Moral, falsa Disciplina. En vez de hablar cuestiones históricas, busquemos el caso de un Papa válido que haya promulgado el error para toda la Iglesia universal, es decir, que toda la Iglesia lo acompañó. ¡No existe!
Hay quienes parten de la premisa de que el sedevacantismo es falso, negando de entrada toda posibilidad de lo contrario y dan por sentado lo que dicen. Para justificar su posición, echan mano del argumento que sea. Es anticientífico e irracional. Las prendas están puesta, ¿por qué no las admiten?, ¿por qué tanto miedo?.
¡ALERTA CATÓLICOS!