martes, 22 de octubre de 2013

EL SENTIDO AGÓNICO DE LA VIDA

Por: El Lic. Jesús Ruiz Munilla
¿Dentro del colectivo de almas que componemos una sociedad, siempre existimos algunas personas que, tanto por designio divino como por mérito propio, sentimos la imperiosa necesidad de analizar la realidad que nos rodea, comparar el mundo que vemos con lo que nos dicta nuestra conciencia, y no podemos evitar el darnos cuenta de que este mundo anda mal, y la vida no va conforme a lo que nos dice nuestra mente y nuestro corazón.
Decía Santo Tomás que la ley natural es aquél dictado que Dios pone en nuestra mente y en nuestro corazón para cumplir su Plan Divino.
Basta lo anterior para darse cuenta de que la sociedad actual, el mundo del siglo, no está ni remotamente cercana de cumplir con el Plan Divino.
Mucho de cuanto se piensa, dice, hace o deja de hacer, es radicalmente contrario a lo que Dios quiere para la humanidad por él creada: odios, guerras, traiciones, maldad sin fin, hambre, destrucción, etc. Tal pareciera que es la iniquidad la que gobierna al mundo.
Con base en lo anterior, es perfectamente lógico preguntarnos: ¿para qué luchar? Es más, ¿para qué darnos cuenta de que el mundo está mal? Hablando con sinceridad, ¿quién de nosotros no ha caído nunca en la tentación de cerrar los ojos y pensar en lujos y placeres, tratando de adormecer nuestra conciencia y nuestros sentimientos?
Precisamente por ese diario combate que debemos sostener para no sucumbir ante las maldades de este mundo primero, y tratar de luchar por cambiarlo después, es que la vida del cristiano es una diaria agonía, en el significado griego de la palabra, no entendido como muerte, sino como lucha.
Nuestra vida se convierte en un combate despiadado, cuerpo a cuerpo, sin trinchera ni descanso, entre lo bello y bueno, lo verdadero y justo, contra lo horrible, lo falso y lo malo.
Y este combate no queda solamente a nivel psíquico y metafísico, sino que abarca hasta el detalle más insignificante de nuestra vida.
Varias veces he oído decir a varias personas que hoy en día lo que predomina en la moda y las artes es lo feo, grotesco, ruin y vulgar.
Desde la música rap por ejemplo, más propia de enfermos mentales; la cultura del cigarro y del café en ayunas, que sólo estraga el estómago; el sexo desenfrenado que agota el organismo estérilmente y rebaja los afectos sublimes del alma; el hábito juvenil de desvelarse sin sentido en ocupaciones inútiles €“decía José Vasconcelos que sólo los dementes o enfermos no duermen-- hasta llegar a la más horrenda y degenerada corrupción en la política y los negocios, todo apunta a una destrucción de la civilización.
Quien esto escribe, en alguna clase de la carrera de Abogado, tuvo el privilegio de contar con un maestro que procuraba intercalar entre clase y clase sesiones de degustación de panes, quesos y vinos, escuchando música clásica y contemplando una película documental de alguna ciudad europea como Madrid, Londres, París, Roma o Florencia.
En su momento no capté la importancia de la, al parecer, excéntrica costumbre del maestro.
Sin embargo, con el tiempo llegué a comprender que tal maestro vivía agónicamente su vida. Es decir, luchaba a cada instante y segundo, por alejar de sí esa tendencia natural a lo feo y malo, para que aflorara toda su vena creativa, o cuando menos, admiradora y contemplativa de la belleza y majestad de la obra humana.
Acaso lo haría con el callado deseo de que tuviéramos una formación ética y estética que pudiera amortiguar en alguna medida la avalancha de podredumbre e inmoralidad que se nos vendría encima al comenzar nuestra vida laboral en la corrompida profesión de Abogado.
¿Qué nos lleva a pensar la anécdota narrada? Que así como lo que vemos ahora a nuestro alrededor es maldad y mal gusto, esto no es el destino final del hombre.
El Divino Creador es la Verdad, el Bien y la Belleza máxima. Dicen las Sagradas Escrituras que nos creó a su imagen y semejanza. Si el ser humano ahora es peor que una bestia, no es culpa de Dios, ni mucho menos es nuestro destino.
Las más grandes obras han sido producto de la mente y de las manos de los hombres. Edificios majestuosos, pinturas, melodías que reconfortan el alma, esculturas, descubrimientos científicos, inventos tecnológicos, etc. Todo eso ha sido hecho con el corazón y la mente puestas hacia arriba, apuntando al cielo, donde mora Dios.
Dios nos creó y también nos dotó de libre voluntad para escoger el Bien o el mal y actuar en consecuencia con nuestra elección. Aún si en determinados momentos de nuestra vida hemos optado por lo malo, siempre existe el camino del arrepentimiento y la posibilidad de enderezar el camino. Dios perdona hasta setenta veces siete.
Nuestra lucha diaria debe ser, pues, una agonía. Dicen por ahí que sólo quien ha sabido vivir, merece morir. Yo agregaría lo siguiente: sólo quien ha sabido vivir luchando, merece morir.
Las armas están a la vista: nuestra estirpe de Nación Hispano-Católica nos reviste de características físicas y psíquicas para salir adelante.
Llenemos de bondad y belleza el mundo que nos rodea, y dejemos de una vez por todas de ser masa amorfa, mercado de economistas capitalistas y votantes de políticos degenerados.
Seamos ALMAS BELLAS, y dejemos atrás nuestra historia de HOMBRES-BESTIA

2 comentarios:

  1. Muy bellas palabras. Hacía mucho que no leía un escrito tan sencillo, claro, luminoso, accesible al entendimiento de todos y humilde (no me gusta el tono pretencioso y afectado). Pequeñas grandes verdades que hacen a la esencia de la vida: yo tengo 24 y me alegra mucho que haya gente grande que piense en la juventud y en la sociedad toda. Este es el espíritu profundamente católico que necesita la Patria para una verdadera renovación moral y de las costumbres. Un abrazo y muchas gracias por compartir esto. Alan.

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  2. Interesante artículo, nuevamente sale a relucir aquí el desorden que ha venido a la humanidad después del pecado de nuestros primero padres, es la única manera de entender el caos actual. Dicen los liberales que el hombre no nace malo sino que la sociedad lo corrompe y la sociedad está formada por hombres, por lo tanto ya sabemos la respuesta; aunque parezca todo perdido debemos continuar en la lucha.
    María Victoria

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