El 25 de abril de 1991, entregaba su alma a Dios Monseñor Antonio de Castro Mayer. A fin, pues, de conmemorar los 25 años de la muerte de este gran atleta de la Fe, nada mejor que señalar los principales rasgos de su vida.
Antonio de Castro Mayer nació el 20 de junio de 1904 en Campinas, estado de São Paulo (Brasil), en una familia profundamente católica y numerosa (12 hijos). De su padre, Juan Mayer, oriundo de Baviera, recibió –diría él más tarde– el mayor de los tesoros: la fe.
A los 12 años entró en el Seminario menor de Bom Jesus en Pirapora, y en 1922 ingresó en el Seminario mayor de São Paulo. Dada su inteligencia y buenos resultados, fue enviado a Roma para terminar sus estudios en la Universidad Gregoriana. Fue ordenado sacerdote en 1927, recibiendo al poco tiempo el grado de doctor en teología por la Universidad Gregoriana.
De vuelta a Brasil, fue nombrado profesor del Seminario de São Paulo, donde enseñó Filosofía, Historia de la filosofía y Teología dogmática durante 13 años. En 1940 el arzobispo de São Paulo lo nombra Asistente general de la Acción católica, entonces en fase de organización. En 1941 es promovido a canónigo del Cabildo metropolitano de São Paulo, y poco después (1942) a Vicario general. En 1945 debe encargarse de las cátedras de Religión y Doctrina social católica, en la Facultad de Derecho y en el instituto Sedes Sapientiæ, ambas escuelas superiores de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo.
El 6 de marzo de 1948, el Papa Pío XII promovía al Padre Antonio de Castro Mayer como Obispo titular de Priene, y Coadjutor, con derecho a sucesión, del Arzobispo de Campos. El 23 de mayo era consagrado en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en São Paulo. Y el 3 de enero de 1949, al fallecer el Arzobispo de Campos, Monseñor de Castro Mayer lo sucedía como Obispo diocesano de esta importante circunscripción eclesiástica del estado de Río de Janeiro.
Desde que fue investido de su misión episcopal en 1948, Monseñor de Castro Mayer recorrió toda la diócesis para verificar in situ las condiciones espirituales y materiales de sus diocesanos.
Reorganizó así la vida de las parroquias, tanto en el campo como en las ciudades. Dio nuevo esplendor a las iglesias situadas en su jurisdicción. Trajo a la diócesis numerosas Congregaciones religiosas, entre las que se contaban benedictinos, sa-lesianos, redentoristas, carmelitas descalzos, franciscanos; igualmente, llamó a Congregaciones femeninas para que se encargaran de los hospitales y asilos. En 1956 abrió el Seminario menor de la diócesis en la ciudad de San Sebastián de Varre-Sai, y en 1967 obtuvo el permiso para establecer en la diócesis un Seminario mayor, con clases de filosofía y teología. Y, por supuesto, no podía descuidar las escuelas, indispensables para la formación sólida de los niños tanto en el ámbito de los estudios como en el plano de la fe; por lo que fundó, en medio de grandes dificultades, varios establecimientos de enseñanza, poniéndolos en manos, ya de sus sacerdotes diocesanos, ya de Congregaciones traídas a Campos con ese fin.
Después de su valiente participación en el Concilio, volvió a su diócesis, en la que mantuvo con tesón la Tradición hasta su dimisión forzada en 1981. Con la llegada del nuevo "obispo", Carlos Navarro, varios sacerdotes formados por Monseñor de Castro Mayer fueron expulsados de sus parroquias y perseguidos por querer conservar la Tradición de la Iglesia. Ante esta implantación del progresismo en la diócesis por parte del nuevo titular, Monseñor de Castro Mayer sintió el deber de apoyar a esos sacerdotes, que instintiva y filialmente se volvían hacia él. Todos le sometían sus decisiones, sus proyectos de construcción de nuevas capillas, sus Congregaciones y Asociaciones parroquiales, para poder hacer frente a la situación. A fin de reagrupar a estos sacerdotes, y a los nuevos que ordenara, fundó en Campos la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney.
Monseñor Antonio de Castro Mayer fallecio en Campos, el 25 de abril de 1991, fiesta de San Marcos Evangelista, después de 42 años de episcopado y de 63 de sacerdocio. Ciertamente que el Señor lo halló como un siervo bueno y fiel a su ministerio episcopal, razón por la cual también nosotros le debemos nuestra alabanza y gratitud.
Los restos mortales de Monseñor Antonio de Castro Mayer reposan, aguar-dando la resurrección, en la cripta de la Capilla de Nuestra Señora del Carmen, en el cementerio reservado a la Orden Tercera.
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