Meditación de San Juan Bautista de la Salle
La festividad que hoy celebra la Iglesia se estableció primeramente como consecuencia del extraordinario honor que empezó a tributarse a la santa Cruz de Jesucristo, y de la mucha gloria con que la veneraron los fieles del mundo entero, tan pronto como siguió descubrirla Santa Elena, madre del emperador Constantino.
Pero esta fiesta alcanzó aún mayor solemnidad cuando el emperador Heraclio llevó en triunfo la santa Cruz sobre sus hombros hasta Jerusalén, y la repuso en el lugar mismo del Calvario, donde Jesucristo fue clavado en ella.
Debemos asociarnos al gozo que muestra hoy la Iglesia al honrar este sagrado madero, y despertar en nos otros los sentimientos de san Pablo cuando decía que es menester gloriarse en la cruz de Jesucristo.
Hasta tenemos que poner toda nuestra gloria exclusivamente en ella, fijando los ojos en Jesucristo, nuestro divino maestro, que puso la suya y toda su felicidad en padecer y morir en la cruz, despreciando la vergüenza y la ignominia que la acompañaban, como dice también el Apóstol. Porque esa cruz santa, tan venerable desde entonces para los cristianos, era antes, según el mismo san Pablo, motivo de escándalo para los judíos, y pareció locura a los gentiles.
Si los Apóstoles, como continúa afirmando san Pablo, tuvieron a gala predicar en toda la tierra a Jesucristo crucificado, porque hacían profesión de no saber otra cosa que al mismo Jesús crucificado (5); -muy al contrario de inutilizar la cruz de Jesucristo, " que es para nosotros la virtud y el poder de Dios ", pasemos este día y lo que reste de nuestra existencia manifestando sumo respeto y profunda adoración a este Misterio sagrado que, según prosigue diciendo el Apóstol, " quedó oculto antes de Jesucristo para gloria nuestra, la cual los príncipes de este siglo no han tenido la ventura de conocer " , no obstante ser la cruz el instrumento de nuestra salvación y habernos merecido la vida de la gracia y nuestra resurrección.
No conviene que el honor tributado a la cruz del Señor se limite a venerarla y adorarla; es preciso que, además, la amemos con todo el afecto del corazón, y apetezcamos morir clavados en ella, como lo deseó Jesucristo, nuestro divino maestro. Pues, según afirma el autor de la " Imitación ", quienes se abrazan de buen grado a la cruz de Jesucristo, no temerán la terrible sentencia de condenación.
Libres del pecado por su medio, no la hemos de temer nosotros; sino al contrario, abrigar la confianza de que, si amamos la cruz en unión con Jesucristo, que la amó tiernamente y la llevó con sumo gozo, todas las miserias de la vida presente nos parecerán dulces y gratas, y nosotros conseguiremos la verdadera felicidad, por haber hallado el paraíso en la tierra, mediante la participación en el espíritu paciente de Jesucristo; quien, según san Pablo, nos reconcilió por su muerte en la santa cruz, para hacernos santos, sin mancilla e irreprensibles delante de Dios (9).
Consideremos, pues, atentamente cuán deudores somos a este sagrado madero que así ha contribuido a nuestra santificación; e, impulsados por el celo de un amor fervoroso, levantémoslo hasta juntarlo a Jesucristo, que sigue amándolo al presente, porque ama nuestra salvación, y continúa complaciéndose en haberlo llevado para santificarnos.
Cuando, pues, os acosen las aflicciones, uníos a Jesucristo paciente y, ya que os contáis entre sus miembros amad su cruz. Esa unión y ese amor endulzarán vuestras penas, y os las tornarán mucho más tolerables.
Todos los honores externos e internos que podamos tributar a la cruz del Salvador serán para nosotros de poco provecho, si no la honramos también llevando constantemente, " como buenos y fieles servidores, las cruces que el mismo Jesús, nuestro maestro " se digne imponernos, recordando que Jesucristo tuvo a bien morir crucificado por nuestro amor.
Como dice muy oportunamente Minucio Félix, si bien exige de nosotros Jesucristo que adoremos su santa cruz, no es eso lo que con más insistencia nos pide; sino que " bebamos gustosos el cáliz que Él bebió ", para poder contar en el número de sus amigos y tener parte con Él en su reino.
Pongamos toda nuestra gloria, como san Pablo, en llevar en nuestros cuerpos las señales sagradas de los padecimientos de Jesús ; a fin de hacernos conformes a Jesucristo crucificado, y honrar su santa cruz del modo que a Él le sea más agradable, y a nosotros más eficaz y provechoso.
Si estamos en lo cierto al pensar que toda " la vida de Jesucristo fue cruz y martirio continuos "; nunca pareceremos mejor sus siervos, amigos e imitadores que imprimiendo en nosotros el sello de su santa cruz, y soportando aflicciones semejantes a las suyas.
¿Cómo osaríamos buscar otra senda - para conseguir agradar a Dios, honrarle y ofrecerle sacrificios que le sean gratos - distinta del bienaventurado camino de la cruz; puesto que " Jesús nuestro Salvador no pasó ni una hora de su vida sin dolor " con que honrar a su Padre, ni ha habido santo en el mundo sin aflicción y sin cruz?
Es la cruz de salvación, árbol que nos dió la vida
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