«Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Los últimos días que nos separan del arresto de Jesús nos lo muestran objeto constante del odio de sus enemigos; pero ¡qué divina grandeza en ese ir él mismo a su pasión, como dueño de los acontecimientos! Tiene a raya a sus adversarios, seguro de «su hora», en que realizará la redención por su obediencia al Padre y la efusión de su sangre. Avanzan del Rey las banderas y brilla el misterio de la cruz; donde la Vida halló muerte, allí su muerte dio vida.» (Himno de vísperas.) La Iglesia, en el vestíbulo de estos grandes días, nos muestra en Jesús a la víctima inmaculada del sacrificio que se prepara y también al vencedor de la muerte, al príncipe de la vida. Sólo en Cristo piensa la Iglesia. Continúa ofreciendo a Dios la penitencia cuaresmal de sus fieles; mas su atención se concentra en la Pasión del Señor, de quien nos viene la salud. Lo reflejan particularmente los cánticos de las misas de ambas semanas. Los textos están casi siempre en primera persona de singular: Cristo solo habla. . Él asume la plegaria y los lamentos de todos. Es el justo perseguido, aterrado por la muerte próxima, amenazado por los pecadores, quien pide gracia y justicia.
Se da a esta Domínica en nombre de Domínica de Pasión, porque en ella nos invita la Iglesia a que consideremos de un modo especial los sufrimientos de Jesucristo. El mismo hecho de haber escogido para lugar de la estación la Basílica de San Pedro, uno de los más augustos santuarios de la ciudad de Roma, nos indica claramente la importancia que a tal día atribuye la Liturgia. Estando él consagrado a la memoria de los padecimientos sufridos por Jesucristo, ha procurado la Iglesia que todos sus ritos, las lecciones del Oficio divino, los cantos de la santa, Misa, nos moviesen a dolor, a la penitencia y a la oración. La misma supresión del Gloria Patri que rezamos en el Introito de todos los domingos de Cuaresma, nos muestra los sentimientos de tristeza que embargan a la mística Esposa de Jesucristo. Propio es también de este tiempo el velar las imágenes de los Santos, y la del mismo Crucifijo. Dieron motivo a esto último las palabras que en este día leemos en el santo Evangelio: Mas Jesús se escondió y huyó del templo. En el Introito implora el Mesías el juicio de Dios en prueba de su santidad y como protesta de la sentencia que han de pronunciar contra El los hombres. Declara también su confianza en el socorro de su Padre, el cual, después de las angustias, ignominias y dolores de su Pasión, le admitirá triunfante en la gloria.
Recordando la Iglesia que uno de los fines de la Cuaresma consiste en la completa y espiritual reforma de sus hijos, pide a Dios en la Colecta que se digne atenderles propicio, dirigiendo su cuerpo y guardando que todo mal su alma. En la Epístola nos enseña a qué precio nos rescató Jesucristo de la muerte y del pecado. Todos habíamos, por el pecado original, perdido el derecho a la herencia de Dios y a la promesa de Señor, que acompaña a la gracia; pero, por la muerte expiatoria de Jesús, nos hicimos de nuevo hijos de Dios y capaces de su divina herencia. Cristo es como el testador a quien heredamos. Muriendo y reconciliándonos, nos deja una infinita herencia: la gracia y la gloria. En el Gradual y en el Tracto se nos muestra cuanto haya costado nuestra redención al divino Salvador, cuya santidad, inocencia y virtud nos predica el santo Evangelio, lo mismo que la malicia y el odio de sus enemigos. Ambas circunstancias aumentan el valor del sacrificio. Uniéndonos y participando del inocente Cordero que por nosotros se inmola, conseguiremos vernos libres del pecado y ser objeto de las complacencias de Padre celestial. Esto pide la Iglesia en las Oraciones, especialmente en la Secreta y en la Poscomunión. En la Antífona que se canta a la Comunión, se nos recuerda, con las palabras del mismo Jesucristo, la institución del augusto sacrificio que acaba de celebrarse, y del que la Iglesia quiere frecuentemente participemos en memoria de la Pasión del Salvador, como El mismo nos lo manifestó al quedarse con nosotros en Eucaristía.
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